domingo, 20 de mayo de 2018

RELACIÓN ENTRE EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LA POBREZA

Cambio climático y pobreza

Por Por Alberto D. Cimadamore* y Héctor Sejenovich**

El estilo de consumo vigente no privilegia la superación del hambre y las necesidades de la población, sino la acumulación de capital, mientras se ignora el aumento de la contaminación.
El cambio de los órdenes mundiales ha sido históricamente fruto de guerras entre los principales poderes. El siglo XX fue testigo de las mayores conflagraciones mundiales que condujeron al actual orden político y económico internacional. La acumulación de armamento de destrucción masiva hace inimaginable la reedición de conflictos de tal magnitud que amenazarían indiscutiblemente la vida en nuestro planeta. En consecuencia, el gran desafío de este tiempo es el cambio pacífico del orden internacional, algo inédito en la historia de la humanidad.
Otro gran reto es alcanzar un modelo de desarrollo equitativo que concilie un consumo creciente de recursos naturales energético-dependientes, con el mantenimiento de una naturaleza que sea compatible con una “buena” vida. El estilo de consumo del modelo vigente no privilegia la superación del hambre y las necesidades de la población de bajos ingresos, sino la acumulación de capital y beneficios que tiende a ignorar el aumento del número de pobres, la contaminación y la degradación de recursos y el hábitat, así como también los efectos de la acción humana sobre el cambio climático. Las consecuencias observables de estos procesos cuestionan abiertamente el estilo de producción y consumo del actual modelo de desarrollo al acercarnos hacia horizontes que ponen en peligro la vida en nuestro planeta. Se hace visible así la necesidad imperiosa de emprender un desarrollo diferente, basado sobre un uso racional de los recursos naturales y sociales, que promueva una producción sustentable, un consumo equitativo y el uso de tecnologías que limiten los efectos humanos sobre la naturaleza y el clima.
El siglo XXI será testigo de cambios globales motivados por fuerzas económicas, políticas, sociales y ambientales. Sin embargo, muchos de estos temas cruciales no son registrados y tratados adecuadamente por las corrientes principales del pensamiento social, en general, y de las relaciones internacionales, en particular. La agudización de las desigualdades, la magnitud de la pobreza, sobre todo en su forma extrema, y la problemática del desarrollo sostenible y equitativo que las abarca en un contexto de cambio climático son algunas de estas cuestiones que se suman a la problemática del cambio pacífico con un enorme potencial de conflicto de nuevo tipo, que es una de las características del proceso de cambio global.

Desarrollo, pobreza y cambio climático

El cambio climático visto como un elemento constitutivo del cambio global presenta una serie de desafíos para la sociedad y la ciencia en su conjunto. Los problemas emergentes tienen el potencial de afectar a toda la sociedad, aunque con más rigor a los sectores más vulnerables. Uno de los retos principales es, entonces, cómo afrontar el cambio climático y la pobreza en forma conjunta, en el contexto de un cambio de orden internacional y de modelo de desarrollo a nivel nacional, regional y global (ejes del cambio global).
Los líderes del orden hegemónico vigente no demuestran estar a la altura que exigen las actuales circunstancias. Los resultados obtenidos hasta el presente para dar cuenta de esos temas y alcanzar los modestísimos Objetivos de Desarrollo del Milenio, las metas del Protocolo de Kyoto y la Cumbre de Copenhague, revelan tales limitaciones. Los niveles y la efectividad de la ayuda oficial para el desarrollo proveniente de los países del G-8 son indicadores que mostraron tales limitaciones a lo largo del siglo XX.
En este nuevo período de cambio global, la adaptación al cambio climático requiere un enfoque integral. En tal contexto, la manera más razonable para avanzar en la construcción sostenible de la adaptación al aparentemente inevitable cambio climático sería la erradicación inmediata de la pobreza extrema, que puede lograrse dado que existen los recursos (aunque no la decisión política) a nivel internacional. Avanzar en tal dirección exige cambios sustanciales en la teoría y la práctica de la reducción de la pobreza, la estrategia de desarrollo y los pilares del orden internacional del siglo pasado.
La forma más eficaz –y equitativa– para redefinir las relaciones entre pobreza y cambio climático es en torno al concepto de la responsabilidad del uso sostenible de los recursos en la producción y el consumo social. No obstante, el rasgo dominante de las estrategias propuestas por las burocracias de las agencias de ayuda para hacer frente a las relaciones entre cambio climático y pobreza (con excepción del enfoque de desarrollo humano) es la falta de reflexión sobre el fracaso de dichas estrategias y de los modelos de ayuda al desarrollo.
Una apropiada comprensión de las relaciones entre cambio climático, pobreza y desarrollo exige, en primer lugar, una investigación crítica de los errores, limitaciones y problemas existentes en las principales corrientes de abordaje de la pobreza y el desarrollo. La agenda global de los organismos internacionales, los países desarrollados y la disciplina de las relaciones internacionales sigue dominada por temas de mantenimiento del statu quo en lo político y en lo económico, de libre comercio, protección de la propiedad intelectual, liberalización financiera y de capital y protección de las inversiones. Pese a las teorías que sostienen la posibilidad de evolución hacia una “convergencia económica”, la evidencia empírica rechaza esos supuestos optimistas que son más consistentes con la idea del “conflicto estructural”. El estudio de los patrones actuales de consumo complementa un enfoque exclusivamente económico de la pobreza y la desigualdad. Sin duda, una de las peores consecuencias del modelo de producción y consumo dilapidador es la presión a la cual han sido sometidos los ecosistemas para satisfacer una demanda irracional de los países desarrollados y de sectores privilegiados de los países no desarrollados.
Los pobres son los más damnificados por los efectos negativos del cambio climático. En la década pasada, más de 700 mil personas perdieron la vida a raíz de desastres “naturales” y cerca del 90 por ciento de ellas eran ciudadanos de países en desarrollo. Se estima que para la década de 2020, el incremento neto de personas sometidas a riesgos relativos al agua debido al cambio climático será entre 7 y 77 millones. Para la segunda mitad del siglo, la posible reducción de disponibilidad de agua y su creciente demanda ocasionada por el aumento de la población en la región se estima que afectará a entre 60 y 150 millones de personas, según datos del Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio del 2007.
Durante las tres últimas décadas, América Latina y el Caribe (ALC) ha sido sometida a una serie de impactos climáticos originados por El Niño. Durante este período han ocurrido dos episodios particularmente intensos de ese y otros fenómenos climáticos severos entre 1982/83 y 1997/98, contribuyendo en gran medida a la ya importante vulnerabilidad de la región frente a los desastres naturales (inundaciones, sequías, derrumbes, etcétera). En los últimos años, se han reportado numerosos eventos climáticos extremos y poco habituales, tales como intensas precipitaciones en Venezuela (1999 y 2005); inundaciones en las pampas argentinas (2000 y 2002); sequía en el Amazonas (2005); tormentas de granizo sin precedentes en Bolivia (2002) y en Buenos Aires (2006); la presencia de un huracán como Katrina por primera vez en el Atlántico Sur (2004), y la temporada récord de huracanes en el Caribe (2005). La frecuencia de los desastres relacionados con condiciones climáticas se ha incrementado 2,4 veces entre los períodos 1970-1999 y 2000-2005, continuando la tendencia observada durante la década del ’90. Solamente el 19 por ciento de los eventos entre los años 2000 y 2005 ha sido económicamente cuantificado, representando pérdidas cercanas a los 20 billones de dólares, según calcularon Gustavo Nagy y otros autores.

Estos datos sólo son indicativos de la magnitud de los fenómenos. Estudios más detallados sugieren cifras que acentúan aún más las asimetrías de los efectos. Por un lado, los niveles de subconsumo y hambre de la población y, especialmente, la gran distancia entre las expectativas y las realidades enfrentadas generan el desarrollo de tácticas de subsistencia y de economía social, pero también de acciones de violencia. Por el otro, el consumo ostentoso y destructor de los sectores más pudientes lleva a la producción de niveles crecientes de basura, desperdicios y contaminación.
Al mismo tiempo, una parte importante de los recursos naturales se comporta como capital de especulación, generando rentas que se acumulan a partir de su compra-venta, incluso en mercados a futuro. Los recursos no se utilizan en beneficio de la comunidad, ni se usa lo obtenido por su extracción o empleo para generar alternativas de fuentes de riqueza cuando los recursos –específicamente, los no renovables– se agoten. De tal manera, hoy conviven formas destructivas del ambiente y el hábitat conjuntamente con un gran desaprovechamiento de las potencialidades de los recursos naturales y las fuentes energéticas. Todo ello sucede en el marco de sistemas altamente frágiles y vulnerables a los eventos provocados por el cambio climático.
Existen diferentes visiones acerca del manejo de la naturaleza en la sociedad del siglo XXI y probablemente la que prime estará vinculada a la transición del orden internacional. Un abordaje de la problemática se realiza desde una perspectiva de “dominio y control” a través de la geo-ingeniería (que impulsaría el Club de Roma y muchas empresas transnacionales). Tal criterio de intervención se centra en el uso de tecnologías gigantistas con reducido control de los efectos colaterales que pueden producir. Un ejemplo es la intervención (fracasada) que intentó incrementar la captación de carbono por parte de las algas marinas. El ensayo realizado en una superficie del océano de 300 kilómetros cuadrados no tuvo los efectos buscados y será imposible conocer los efectos indirectos del mismo. Otras soluciones apuntarían a volver más laxos los controles de los créditos de los bonos verdes a plantaciones forestales monoespecíficas. Se ha demostrado que, según los suelos, estas plantaciones pueden no incrementar la captación y conservación del carbono.
El cambiO climático exige una lucha en varios frentes. Uno de ellos es la concientización de la población y de los tomadores de decisiones sobre los alcances globales del problema, aunque clarificando que la principal responsabilidad la tienen quienes han causado (y causan) los impactos, esto es, los “emisores”. Este proceso es condición necesaria para afrontar el cambio tecnológico reclamado y la adaptación al cambio climático, con el objetivo de minimizar los aspectos negativos y utilizar los pocos impactos positivos que eventualmente se verifiquen.
El uso de tecnologías de menor emisión y la prevención global son un imperativo actual. La falta de una acción eficaz torna los efectos del cambio climático aún más graves y la irreversibilidad aparece como una probabilidad cierta. Ya no parecen efectivos los remedios parciales y está claro que los cambios estructurales deben apuntar a los patrones de producción y consumo. Esto implica cambios sustanciales en la distribución del ingreso, en el manejo de los recursos y en la búsqueda de un desarrollo equitativo y sustentable que se transforme en el pilar del cambio del orden mundial que se dará en el siglo XXI.

Conclusiones para mejorar el planeta

El agotamiento del actual modelo inequitativo de desarrollo en el contexto de cambio climático genera un cambio de tal magnitud que induce, inevitablemente, a conflictos de variada intensidad y distintos niveles de violencia. Seguramente no serán las guerras entre las principales potencias como en el pasado.
El desafío de nuestro tiempo es administrar los conflictos de nuevo tipo en un mundo global integrado por Estados con diferentes intereses y posiciones. El estímulo para conciliar tales intereses es generar las bases para mejorar la calidad de vida del planeta.
El cambio climático acelera los tiempos de tránsito hacia el cambio de orden internacional y el modelo de desarrollo que lo sustenta. El cambio global está en marcha, hay que pensar estratégicamente las consecuencias que esto tiene para el país y la región, pues siempre hay mejores y peores políticas para enfrentarlo.

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